Hoy tuvimos cita con el oftalmólogo, el examen de control que nos envió el pediatra. Había hablado con una linda amiga que me regaló la maternidad y ella me había narrado cómo este examen había sido de fácil para su bebé, unos pocos días menor que Elena. Así que yo llegué tranquila, confiada, creyendo que sería igual para nosotros. Llegamos a la consulta con mi esposo, el oftalmólogo nos hizo unas cuantas preguntas y me pidió que me sentara en una silla con mi bebé en las piernas, así lo hice, sin ninguna otra explicación, sin decirme lo que haría ni decírselo a ella, abrió los ojitos de mi chiquita con tal brusquedad que ella soltó un grito que todavía recuerdo. Le dije que parara, que le daría el pecho a mi bebé y me dijo que lo podía hacer en la sala de espera mientras esperábamos que le dilataran sus pupilas y que en media hora nos llamaría de regreso al consultorio. Al regresar, le pedimos que por favor esta vez nos explicara antes lo que iba a hacer con nuestra hija, él, muy disgustado, nos respondió que haría el examen que el pediatra había solicitado y nada más. Ya en este punto y dudando si realmente era una experiencia que valía la pena, le preguntamos el para qué del examen, a lo que respondió que se podía ver si había algún tipo de tumor, entre otros riesgos. Le pedí amablemente que esta vez lo hiciera mas suave y me dijo que solo había una manera de hacerlo, que sino me gustaba como él trabajaba me fuera con otro profesional, le pregunté cuánto mas tardaría y me dijo que ya quedaban unos cuantos segundos. Con mi esposo, viendo ya a nuestra hija con sus pupilas dilatadas y no queriendo vivir de nuevo esta experiencia desde cero, accedimos. Hoy, escribiendo estas palabras, me arrepiento. Debimos habernos ido en ese justo momento. Fueron unos segundos pero tengo grabada en mi mente la imagen de ese señor abriéndole el ojito a mi chiquita y ella gritando de una manera que nunca le había escuchado, yo empecé a gritarle que por favor parara parara y tras unos segundos lo hizo. Mi bebé quedó con la uña de ese señor marcada debajo de uno de sus ojos, porque además tenía las uñas largas ¡por Dios! y con la franja de sus ojos y cejas de color rojo y yo con el corazón fracturado de una forma, que después de un día aquí sigo llorando. Él decía que no había otra forma de hacerlo, yo sabía que si, la Doctora Claudia Zuluaga atendió a mi amiga y logró que su chiquito atravesara este examen sin siquiera despertarse, le anticipó lo que sus manos harían, le pidió permiso antes de cada acción. Mi amiga salió feliz del examen y su bebé habiendo sido respetado en cada paso del proceso.
Me ha dolido ver la deshumanización de ciertas personas en el trato a los bebés, es como si su llanto no contara, no valiera, no fuera escuchado. Ayer mi hija fue tratada como a nadie debería tratársele. Les confieso que quería esperar a que mi licencia se acabara para retomar mi blog pero estoy viviendo tantas experiencias que tengo demasiados pensamientos y sentimientos que necesito plasmar. Debo confesar que siempre me ha enfurecido la injusticia, a la vez, reconozco que como mujer me he silenciado ante situaciones de violencia a las que debería haber puesto un límite pero con mi hija no lo aguanto. La primera vez que tuve esta sensación fue (nuevamente) en una cita médica, mi hija no paraba de llorar y la doctora no se detenía tampoco. Le hubiera tomado treinta segundos, parar y calmarle. Y yo habría tenido que poner un límite y pedirle a la doctora que parara, no lo hice, fue lo que más me dolió y prometí hacerlo si llegaba a ocurrir de nuevo. A los tres días tuvimos la misma cita con otro doctor, le hicieron las mismas mediciones a mi bebé y ella no lloró ni medio segundo. En Hungría, en mis formaciones en Movimiento Libre se decía que un buen pediatra es aquel que logra atender al bebé sin que este llore y yo creo que es así. La experiencia debería notarse en el trato que se le da al bebé y si este llora, se tendría que hacer una pausa y consolarle. Entiendo que hay exámenes donde no es posible, por ejemplo, en el tamizaje metabólico que en nuestro caso se dañó la muestra en Mayo Clinic, tuvimos que repetirlo y se imaginarán que también lloré mis ojos. Este examen es durísimo pero las enfermeras que se lo hicieron a mi bebé fueron supremamente amorosas y me siento muy agradecida por ello.
Desde el Movimiento Libre hablamos de cómo la manera en la que se trata el cuerpo del bebé va moldeando su propia autoestima, el cómo es tratado le dice a él o a ella quien es, su valor, el respeto que merece. Por eso, intento con mi hija transmitirle con mis manos lo sagrado que es su cuerpo. Con mi esposo nos hemos esforzado por ser conscientes de nuestras acciones y cuidarle en cada una de ellas. No es fácil, porque solemos creer que un cambio de pañal es “una cuestión casi mecánica y si el bebé llora no importa, es un momentico”, pero no. Emmi Pikler comprobó que es en los cuidados cotidianos en donde se forja el vínculo con el bebé, y por tanto, es lo que más se debe cuidar.
Sé que no somos nuestras experiencias. Sé que el ser humano es resiliente. Pero aun así, el trato humanizado tendría que ser lo mínimo que cualquier ser humano reciba. Ayer hablé con mi pequeña, de tan solo un mes, para explicarle lo que había pasado, disculpándome y comprometiéndome a hacerlo diferente en una próxima ocasión. Ese grito de mi hija frente al maltrato del oftalmólogo me hizo sentir que definitivamente todos y todas deberíamos siempre gritar de esa manera ante cualquier tipo de maltrato porque no hay maltrato pequeño. Ayer me quejé con el oftalmólogo, hoy puse oficialmente la queja en la institución, le escribiré también al doctor. Estoy segura de que él no conoce otra manera y que nunca lo hizo con la intención de hacerle daño pero no se justifican sus acciones y ningún otro bebé debería vivir situaciones así. El Milagro de la Vida merece llegar al mundo desde el Amor y el Respeto pero todavía estamos lejos de ello, sigo viendo cómo tratamos a los bebés como jamás trataríamos a un adulto, cuando son esos chiquitines quienes más necesitan de nuestros buenos tratos.