Miro hacia atrás y recuerdo mis primeras semanas de embarazo: me sentía sola, muy sola. La soledad nunca me ha molestado. Por el lado de mi mamá no tengo más hermanos, podría decir que como “hija única” por ese lado, me acostumbré a disfrutar de mi propia compañía. Sin embargo, quedé en embarazo y lo que menos quería era estar sola. Estábamos en Madrid, mi esposo salía temprano a trabajar, estudiaba en las noches y yo ya estaba terminando mi máster, así que tenía muy pocas clases a la semana. En esos momentos mi apetito era nulo. Quienes me conocen, saben que suelo comer muchísimo, es verdad que siempre he sido delgada, pero con un apetito bien significativo.
En mi primer trimestre sentía además mucho sueño, así que me era difícil levantarme para cocinarme, organizar la cocina, etc. etc. Pero más que el sueño, eran mis emociones. Lo curioso era que me costaba comer cuando estaba sola pero llegaba mi esposo o salíamos con los amigos y me podía comer toda la comida de la mesa. En esos momentos recordaba las palabras que repetía una y otra vez en las clases que ofrecía de educación prenatal, toda la teoría sobre la programación prenatal con la alimentación, la importancia de la proteína, cómo desde el embarazo se empiezan a establecer hábitos futuros, los cimientos del metabolismo…y a mi que no me provocaba comer.
Recién me enteré de mi embarazo tuve un viaje a Colombia y visité a mi nutricionista Lina Valencia de Nutrición en Movimiento. Ella me tomó medidas, me hizo mi plan nutricional y yo regresé a España muy clara en lo que debía hacer, sumado con lo que yo misma ya había estudiado. Pues tenía clarísima la teoría, pero mi cuerpo no respondía. Toda mi vida comí carnes blancas o pescados, muy poca carne de res y de cerdo. Desde esas primeras semanas, mi cuerpo le dijo no al pollo. Mi esposo empezaba a cocinar un pollo y me daban nauseas de inmediato. Al terminar el primer trimestre, me dije a mi misma “no más, toda la vida he comido pollo, necesitamos buenas fuentes de proteína, vamos a comer” me metí un pedazo de pollo a la boca, me lo tragué y 30 segundos después estaba vomitando en el baño, fue la primera vez que vomité.
Yo estaba acostumbrada a que mi alimentación estaba bajo mi voluntad, yo decidía qué comer y siempre me ha gustado comer sano. Pero ahora, mi cuerpo era mas fuerte que yo, no toleraba el pollo (aún no lo tolero), me moría de ganas por una hamburguesa, unos nachos…recuerdo llamar a Lina diciéndole lo mal que me sentía, toda la vida comiendo tan bien y ahora que justo estaba embarazada solo quería carnes rojas y además en forma de comida rápida tipo hamburguesa. Linis me contestó con una frase que nunca olvidaré “Marce, es tu bebé hablándote, relájate y escúchalo”. Poco a poco iba sumergiéndome en la difícil tarea de soltar el control…
Después entendí que en el embarazo, las mujeres aumentamos nuestra cantidad de sangre y la cantidad de glóbulos rojos se diluye, así que nuestra hemoglobina naturalmente tiende a bajar…quizás por esto mi cuerpo se preparaba pidiéndome más fuentes de hierro. Todo empezó a cambiar cuando dejé de querer imponer mi voluntad y empecé a rendirme a la sabiduría de mi cuerpo, cuando me pregunté sinceramente qué necesitaba y atendí esa necesidad. Si dejaba de luchar era sencillo, necesitaba compañía y no comer ni pollo ni pavo, nada del otro mundo. Y así fue, empecé a pedir esa compañía, empecé a soltar mis ideas y a escuchar mi cuerpo y todo cambió.
Ahora miro hacia atrás y veo que quizás estaba emocionalmente más movilizada de lo que yo creía. Realmente ha sido la primera vez en mi vida que no siento ganas de comer, que tengo pensamientos como “que me pongan suero, no disfruto de la comida” y que difícil era sentirse inapetente sabiendo que crecía un bebé en mi que necesitaba de ese alimento y además, teniendo toda la teoría en mi cabeza de lo importante que es la alimentación en el embarazo. Afortunadamente llegaron mis aliados de vida, la visita de mi suegra, la llegada de mi mamá, mis amigas, mi esposo que ya terminaba su trabajo y estudios…sigo creyendo que la maternidad en tribu se vive mejor, aceptar el agua de vida que te llevan tus seres amados y rodearte de excelentes profesionales que tengan la sabiduría para ser flexibles con el conocimiento. Lina, siendo nutricionista, además excelente, nunca generó en mí más miedo, siempre fue mi paño de calma. Su compañía ha sido tranquilidad en mi proceso….
Tantos recuerdos que me quedaron con ella, ya hasta me río, pero en esos momentos sentí mucha angustia “Linis, la proteína es muy importante y yo no estoy comiendo casiiii”, “Linis, estoy de viaje y no estoy pudiendo comer bien ¿será q mi bebé está pasando hambre?”, “Linis aumenté tres kilos en tres semanas, creo que estoy exagerando comiendo mazamorra (jajajaja)”. Que bacano contar con mujeres tan profesionales en Cali, capaces de flexibilizar el conocimiento, salirse del blanco y negro para reconocer todos los matices y sobre todo, reconocer que la alimentación si o si está influida por nuestra estado emocional.
Las mamás no necesitamos más miedos, hacen muchísimo daño los discursos deterministas “si comes mal en el embarazo tu bebé tendrá x”, “sino comes x pasará y”. Ojo: la vida no es lineal, el ser humano no es causa y efecto, hay demasiadas variables que entran en juego en cada resultado. Cada mamá SIEMPRE hace lo mejor que puede. Qué tal alguien juzgarme mientras yo me comía mi hamburguesa, desconociendo toda la angustia que ya había en mi….Definitivamente juzgar desde la otra orilla es muy fácil. Más empatía, más respeto, menos juicios, menos determinismos…en la vida nada está determinado.
Pd. No se si también les ha pasado, pero después de estos momentos difíciles, nada disfruto más que una buena comida, no se si mis papilas gustativas están mas sensibles o qué pasa, pero disfruto de la comida a un nivel máximo. En la foto, con mi prima pastelera deleitándonos con sus delicias 🙂