La noche que fui víctima de la violencia ginecobstétrica

La noche que fui víctima de la violencia ginecobstétrica

Si algo me entristece de realizar terapia con mujeres, es reconocer cómo hemos naturalizado la violencia. Quizás sentimos que la merecemos, quizás crecimos siendo violentadas e incapaces de poner un límite o quizás la violencia provenía de nuestras figuras de seguridad y así empezamos a creer que era lo normal. No lo sé con certeza, lo que si sé es que yo siempre pensé que una mujer que conociera sus derechos y lo que era la violencia ginecobstétrica no sería víctima de ella.

¿Qué es la violencia ginecobstétrica (VGO)? Para esta definición tomaré los conceptos expuestos en el Movimiento de Salud Sexual y Reproductiva de Colombia (conoce su página web movimientossr.com). En palabras sencillas es el trato deshumanizado y traumático que vulnera los derechos de una mujer (o persona con la capacidad de gestar) durante su atención ginecológica y obstétrica en diferentes momentos de su vida. Es un tipo de violencia que, aunque suele presentarse en los servicios de salud, puede también encontrarse en el ámbito social o familiar. Se trata de agresiones verbales, físicas, psicológicas, emocionales o simbólicas que afectan el bienestar integral de una mujer, impidiéndonos elegir libremente, arrebatándonos nuestra autonomía sobre nuestros cuerpos y experiencias.

Y claro, la VGO suele presentarse más fuertemente durante la gestación, parto y postparto de una mujer, momentos, además, de altísima vulnerabilidad emocional. La VGO puede evidenciarse con abuso físico, cuando se realizan procedimientos invasivos de manera forzada y sin consentimiento, como por ejemplo una cesárea, episiotomía, o maniobra de kristeller que no eran necesarias…También incluye abuso psicológico y/o emocional, atención no digna, atención sin consentimiento, discriminación, trato humillante, violento, hostil…

Pues bueno, mi experiencia acompañando familias en su gestación, parto y postparto, me permitió aprender muchísimo sobre la VGO, entender su significado, implicaciones, etc. Y yo siempre busqué informar a las familias gestantes sobre esta dura realidad para que se protegieran. Aún teniendo la información, muchas veces las mujeres eran victimas ¿por qué? no lograba entenderlo, hasta que fue mi turno.

Una noche, viviendo en Madrid, y ya estando embarazada, sangré. Hacia unas semanas había estado en Colombia y mi ginecóloga me había realizado todas las revisiones. De inmediato la contacté y me dijo que mejor me fuera para urgencias. Con mi esposo llegamos al primer hospital. No atendían por seguridad social y solo la entrada ya costaba 450 euros. Nos recomendaron ir a otro hospital. Llegamos pero no atendían maternidad. Nos enviaron a otro. Todo esto vivido con la angustia que siente una familia gestante al sangrar, el miedo profundo y atemorizante de haber perdido a tu bebé.

Finalmente llegamos a un hospital donde nos atendían por seguridad social. Era una sala de espera fría, no solo por estar en invierno, sino porque la cara de las mujeres era de angustia, cansancio, miedo. Había una mujer en trabajo de parto, gemía con cada contracción y nadie la atendía. Yo impactada, busqué ayudarle, ella me dijo que llevaba días de dolor y que no la admitían hasta que hubiera dilatado más. Nadie le decía cómo promover la dilatación, amortiguar el dolor…nada, sencillamente que la admitían cuando estuviera dilatada en x centímetros. Era su dolor, el mío y el de todas estas familias que como nosotros temían en su corazón por sus bebés. Llegamos en la noche, nos atendieron en la madrugada. Ya a esa hora, con mi esposo, teníamos varios amigos en sala. La espera se sentía mejor en medio de la conversación con otros, con sensaciones muy similares a la nuestra.

Tipo 3am me llamó la doctora “Marcela Lozano”-dijeron por la megafonía. Nos paramos con mi esposo, asumiendo que entraríamos juntos. -No, no puede seguir su pareja- Me dijeron. ¿Por qué? Siempre se puede estar acompañada- Replicamos. -Aquí no- nos respondieron. Mi esposo me miró y con mis ojos le dije que estaba bien y que podía pasar yo sola. Y allí estaba yo, en la madrugada, tras horas de espera, después de haber sangrado ¿Qué hice? Bajé la cabeza y seguí. Conocía mis derechos. Conocía la situación en España, había estado en contacto con El parto es Nuestro y sabía que tenía derecho a estar acompañada. Aun así, decidí bajar la cabeza. Entré al consultorio, con una doctora ¡una mujer! pero de sangre fría, muy fría. Me miró y me preguntó qué necesitaba. Le dije aun con algo de ilusión -Estoy embarazada de cuatro semanas, pero acabo de sangrar un poco-. Recuerdo literalmente sus palabras -¿Usted, cómo sabe que está embarazada? ¿Ya le hicieron ecografía?-. Le respondí que no, pero que me habían hecho la beta varias veces y se veía que tenía aproximadamente cuatro semanas. -Pues usted no sabe si está embarazada, puede ser un embarazo sin embrión, puede estar en las trompas y no en el útero, puede ser un embarazo inviable, USTED NO SABE SI ESTÁ EMBARAZADA, no diga que lo está-.

Me quedé impactada. Yo ya daba por hecho que estaba embarazada, tantas pruebas de sangre, conversaciones con la ginecóloga, sabía que era temprano, sabía que muchas cosas podían pasar, pero jamás pensé que existiera la posibilidad de no estar embarazada. -Pues vamos a hacerte una ecografía y ya veremos- me dijo. Y allí estaba yo, ATERRADA, en una sala fría, con una doctora que parecía sacada de una historia de horror, quien me pidió que me desvistiera y me acostara en la camilla. Y a pesar de todo, a pesar de que sabía que TODO en ese lugar y con esa doctora, estaba muy muy mal, volví a bajar la cabeza, me desvestí, me acosté en la camilla fría con mis piernas abiertas, lista para ser penetrada por un aparato y descubrir si estaba o no embarazada en medio de la absoluta soledad y el más profundo miedo.

Me hicieron la ecografía transvaginal. Ojo. una ecografía que te realizan a través de tu vagina. No se si se nos ha olvidado que es !Una vagina! Un organo sexual, un espacio íntimo. No se si se nos olvidó que atravesar la vagina de una mujer es atravesarnos y por completo.

Y entonces yo preguntándole a la doctora qué pasaba y me dice -tienes un saco, está en el útero, pero no tienes embrión, puede ser que el embarazo esté muy temprano o puede ser que no vaya a haber embrión, vuelva en una semana para otra ecografía- Me paré, me vestí y me fui, con mi alma y mi corazón helado. Salí, me encontré con mi esposo, le conté y le pedí, en medio de lagrimas, que jamás volviéramos a ese lugar. Ese gran anhelo de mi bebé en la panza había quedado en la nebuloza, sin darme cuenta, no volví a hablarle ni a tocarle, como lo hacía antes todo el tiempo…sin darme cuenta, empecé a desvincularme…Mi esposo siempre estuvo firme, con plena convicción que nuestro bebé se desarrollaría y que todo estaba bien, pero yo no, el miedo había entrado en mi y sin darme cuenta, estaba arrebatándome uno de mis sueños mas grandes…

¿Qué había pasado? ¿Qué me había pasado? ¿Por qué no había hablado? ¿Gritado? ¿Denunciado? Yo, que detesto la injusticia, que nunca puedo quedarme callada ante un atropello, sencillamente me desconocía ¿Cómo una mujer podía tratar así a otra mujer? Fue una noche dura, muy dura, pero comprendí la realidad de la violencia obstétrica a otro nivel. Reflexioné, escribí, lloré, puse en palabras una y otra vez lo que había vivido, intentando encontrar un sentido que no veía por ningún lado…Finalmente el rompecabezas empezó a armarse.

Si me preguntan porqué bajé la cabeza, aún teniendo tan clara la información en mi cabeza, sin dudarlo, les respondería ¡Por mi bebé! Yo lo único que quería y deseaba con toda mi alma era hacer lo que tenía que hacer para cuidar de mi bebé y saber que todo estaba bien. Esto me implicó renunciar a mis derechos, estar sola en un momento de altísima vulnerabilidad emocional en el que sabría si estaba o no embarazada, desnudarme, exponer mi cuerpo ante una terrible señora, permitir además que tocará mi vulva, mi vagina, mientras mi espalda sentía el frío aterrador de la camilla, que me tratara de la manera mas fría e inhumana que había conocido, que me quebrantara emocionalmente…sí…todo eso implicó…
Entendí que una mujer gestante cuida a su bebé por encima de todo y hace cualquier cosa para protegerle y por eso mismo entendí, que proteger a la mujer de la VGO no puede ser solo su responsabilidad, tiene que ser una responsabilidad compartida. Compartida por los seres amados, por la sociedad y sobre todo por las instituciones. Definitivamente, el embarazo es un momento que nos lleva a necesitar de otros a niveles muy pero muy profundos y aunque sea dificil de aceptar, creo que vale la pena hacerlo.

La violencia ginecobstétrica sigue siendo la realidad de la mayoría de mujeres, el abuso y el maltrato disfrazado tras poderes, egos y protocolos. Y así, quizá sin darse cuenta van quedando corazones heridos, maternidades fragmentadas. Y siempre, siempre tendremos la posibilidad de sanar pero es absolutamente inaceptable someter a una mujer a una situación de violencia. NUNCA se justifica la violencia y ahora entiendo que este cambio solo será posible cuando nos unamos todos como colectividad y nos paremos firmes para decir ¡NO MÁS VIOLENCIA GINECOBSTÉTRICA!

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